Las mujeres no necesariamente somos madres.

Somos niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres mayores; cisgéneros o transexuales; tenemos o no tenemos hijxs, tenemos o no tenemos el deseo de tenerlxs; vivimos con o sin pareja, aquellas cuyas parejas son hombres o mujeres.

Mujeres que tenemos VIH.

Más allá de qué seamos y de nuestras condiciones, actitudes y aptitudes, todas las mujeres debiéramos poder tomar nuestras decisiones respecto de nuestra sexualidad, nuestra salud reproductiva y sobre nuestro bienestar en general. Sin embargo, muchas mujeres no tenemos acceso a los servicios básicos que nos permitan llevar a cabo nuestras decisiones, elecciones y en otros casos, y por lo general, varones profesionales de la salud las toman por nosotras de forma compulsiva.

Imaginate que sos una mujer joven con capacidades diferentes que se acerca a preguntar sobre métodos para practicar sexo seguro y que sos rechazada y que alguien te dice que una persona con tu “condición” no debería ser activa sexualmente.

Imaginate que estás embarazada y que tu médicx planifica el parto de a cuerdo con su agenda y te convence para hacerte una cesárea en lugar de esperar a que tengas un parto natural como hubiera sido tu deseo.

Imaginate que sos una mujer con VIH. Imaginate que además tenés cargás la idea social de que no tenés una vida sexual activa, que no deberías tenerla más.

Imaginate que sos una mujer que tenés que ir a otro país para poder realizarte un aborto seguro y legal. O que, por no contar con el acompañamiento del Estado y por falta de recursos, tenés que hacértelo sin los elementos y procedimientos adecuados, poniendo en riesgo tu vida solo por pretender ejercer tu libertad, tu derecho a decidir sobre tu cuerpo.

Imaginate que sos una mujer de bajos recursos cuya única opción de anticoncepción es un método de largo plazo que te hace sentir triste y mal.

Cuando se trata de la salud de las mujeres, ¿por qué siempre hay alguien que decide qué es lo que importa o lo que no importa en lugar de la propia mujer?